Cien años entre el rebusque y el lujo.

La tradicional feria dura 24 horas. Empieza con el priumer carrito de chorizos que se instala el sábado alrededor  de las 20 horas, aunque no se arma hasta varias horas después, cuando llega Pocho a instalar las mesas de sus clientes, marcadas como "P8". Loas somingos en Tristán Narvaja terminan cuando a las 18 horas ya no quedan ningún feriante y aparece el personal municipal de limpieza, los últimos en marcar tarjeta.

La amplia mayoría de los lugares en la feria están establecidos en los estatutos del derecho de piso. Según el edil frenteamplista Mario Calandra, sólo el 20% de los comerciantes tiene habilitación para instalarse los domingos. El resto son irregulares. "Los inspectores controlan que no se vendan discos pirateados, pero no que tengan permiso. Si reglamentaran Tristán, se pudriría todo", afirma Calandra, ya que desaparecería la periferia, dónde radica gran parte de su encanto.
De hecho, el propio Calandra no tiene permiso para armar su amplia mesa de venta de libros en Paysandú casi Tristán Narvaja, como viene haciendo hace 29 años. "En toda la feria no hay otra cuadra temática", dice el edil, y agrega que "es la librería más grande de Latinoamérica, son 250 mteros de libros".
Desde Corín Tellado hasta William Faulkner, desde primeras ediciones hasta lo último de las editoriales, se puede encontrar en la cuadra que va por Paysandú de Tristán narvaja a Fernández Crespo o en otros puestos dispersos por la feria. POr allí, cuanta Calandra, se veía comprar a Mario Benedetti, Ilda Vilariño, Marosa di Giorgio y Ricardo Espalter, junto con liceales que buscan algún texto de estudio usado, para obtenerlo más barato.
Hay puestos más dedicados a las partituras, a la historia o a la literatura infantil. Durante años, Calandra era buscado por sus textos sobre religión, colección que no tenía otra explicación más que una biblioteca privada que había comprado.
Juan José Romay tiene un puesto de numismática desde hace 15 años y dice que el negocio está tanto en la venta como en la compra de mercadería: "Hay gente que trae una bolsita de monedas con muy buenas cosas", cuenta.
Su negocio son las monedas, billletes y medallas antiguas. "Hay curiosos que se acercan a mirar los billetes de cuando eran niños, pero no compran. La clientela es estable, tenemos una relación de años y nos conocemos por el nombre", dice Romay. Los coleccionaistas extranjeros por lo general buscan monedas y también son asiduos compradores: cada unos seis meses, vuelven.
Romay solo vende en Trsitán Narvaja, de hecho, trabaja en una actividad que nada tiene que ver con la numismática: "Lo hago como hobby y porque además me gusta la feria con su diversidad de gente. Es un lugar que no es clasista: hay desde personas muy humildes hasta muy cultas o famosas", explica.
Y mientras lo dice, un muchacho manotea una caja con monedas y se va corriendo con, al menos, una de plata. "Esto también es Tristán", dice Romay resignado.
Así como es característico de la feria encontrar frutas y verduras junto a juegos de computadora, ropa interior y tazas chinas, todo aquel que va un domingo sabe que debe llevar el dinero bien guardado. Los oportunistas son también parte del paisaje.
Roberto Rodríguez tiene un puesto de frutas y verduras en Tristán Narvaja cerca de Mercedes desde hace 15 años. En este tiempo vio cómo los cajones de hortalizas eras sustituidos por mesas con ropa. También fue testigo de la decadencia de la costumbre de pregonar los productos. Y lo que es peor para él, tuvo que acceder a permitirles a los clientes elegirse su propia mercadería.
"Hay que acompasar los tiempos ahora que está la competencia de los supermercados", explica Rodríguez. Su puesto es familiar y lo atienden entre dos y cuatro personas, "dependiendo de las ganas de trabajr", dice y aprovecha para comentar fuerte de forma de ser escuchado: "Mi hijo se pasa paseando y no vende nada".
En La Paz y Piedra Alta, una mujer amasa y arma empanadas dulces y saladas, mientras un hombre las cocina en aceite hirviendo. "Son para la familia", dicen. María González explica que esa cuadra es "de ellos". Son más de 20 hermanos, primos y tíos, vendiendo "lo que quieras": ropa, herramientas, juguetes, electrodomésticos y objetos de aplicación dudosa.
También tienen un puesto en el Mercado Agrícola, cuenta González, y entre semana venden en los ómnibus. "Hay que rebuscarse", dice. Así como ella empezó a ir a la feria de chica, ahora varios niños pasan desde las 6 de la mañana hasta las 14 horas jugando, mientras los adultos de la familia trabajan.
Por dónde ellos están , en la zona Norte de la feria, es común ver a un grupo de gente jugando a la mosqueta. El juego además de ser ilegal y una forma de hacer fraude, genera problemas con los feriantes. "Donde ellos se instalan no hay puestos porque no dejan trabajar y roban", cuenta Marecelo Marchese, dueño de Babilonia Libros, sobre Tristán Narvaja.
Antes de instalarse, hace 12 años, tuvo un puesto en la calle Paysandú durante otros 7 años, el cual se lo regaló a un amigo (que le dio a cambio una canoa, cuanta Marchese riéndose). Otros directamente abandonan el lugar o incluso lo venden.
"Los dueños de Rayuela, Latina, Areté y Ruben tuvieron un puesto en Paysandú antes de armar su librería", afirma Marchese, para quien "es el salto natural por cercanía"
La diferencia entre un día de semana y un domingo es que se venden más primeras ediciones y libros de temas uruguayos, como Joaquín Torres García, dice el dueño de Babilonia Libros. Además, mientras que el día de feria entran unas 20 personas a sacar fotos, entre semana apenas irá uno.
Cuando empieza el calor es normal ver gente sacándose fotos con las boas, culebras y pitones que lleva Eduardo Barcelo a su puesto en 18 de Julio, entre Gaboto y Tristán Narvaja. Esa cuadra, con lalgunas excepciones, está dedicada a las mascotas (desde conejos hasta arañas pollito) y sus accesorios (jaulas, palmeras de plástico y comida).
Barcelo tiene un criadero en Lagomar, donde también vende, y afirma que es el único habilitado por el Ministerio de Ganadería para vender reptiles. Si bien lo que más vende son tortugas, que lleva dentro de tuppers, al igual que las algas para decorar las peceras, el negocio está en las iguanas y víboras.
La venta de cachorros es otro clásico. Luis Alberto Torterolo se instala con sus cajones con perritos en 18 y Tristán Narvaja desde los años 70. en ese entonces era el único, pero ahora "hay muchos, la gente no tiene qué comer", dice.
Tiene cruzas a $ 500 y perros re raza a $ 4.000, como los caniches toy blancos. "Los de raza los vendo por el diario", dice. Torterolo refiriéndose al Gallito. Ellos no viajan a la feria, sino que los muestra por fotos. Los que no son "puros", en su mayoría se los regalan.
A Blanca Uviedo muchas de las prendas que vende también se las obsequian. El domingo pasado había colocado la ropa sobre una tela en el piso, en Gaboto y Uruguay, pero en general vende en ferias de Canelones, donde vive. Ese domingo estaba en Tristán Narvaja porque tenía un producto especial: un vestido de fiesta de seda salmón con brillos y flores bordadas. Lo vendía a $ 3.000, pero su ganancia era de $ 500, porque lo tenía a consignación.
Isabel Bosco, encargada del anticuario "Esta vieja casa", en Tristán entre Paysandú y Cerro Largo, cuenta que a veces le compra antigüedades a feriantes. Tras 20 años de experiencia saban quiénes tienen piezas buenas que, además, no sean robadas.
Para Bosco y el resto de las casas del rubro, "Tristán es un espejo de la semana", ya que la gente va a ver lo que compra después, entre semana. Trabajan con una clientela fija, que llega los domingos siempre entre las 10.30 y las 12 horas. "El resto está curioseando", afirma Bosco. Y agrega: "Son parejas o jóvenes, pero no el público que necesitás. El otro día entraron unos comiendo chorizos y otros con dos perros, cuando tengo alfombra en todo el local".
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Fuente: Diario "El País"